¿Se puede medir el compromiso de sostenibilidad de las empresas?

Expertos en Gestion de Recursos Humanos y Responsabilidad Social Empresarial

¿Se puede medir el compromiso de sostenibilidad de las empresas?

La sostenibilidad ambiental se define como la gestión eficiente de recursos naturales en la actividad productiva, permitiendo así su preservación para las generaciones futuras. Los motivos fundamentales para elegir un modelo de explotación sostenible de esos recursos son, por un lado, el riesgo concreto, en el mediano o largo plazo, de crisis de abastecimiento de elementos vitales, como el agua, la tierra o la energía, y, por el otro, los daños al medio ambiente, a veces irreversibles, causados por la sobreexplotación.

A esos factores de riesgo, que ya se habían subrayados en los años Setenta del Siglo XX, antes de que estallara la grande crisis del petróleo, se ha añadido, en las últimas dos décadas, el factor climático. Se habla, al respeto, de cambio climático y de calentamiento global producido por el efecto invernadero, debido al aumento de emisiones de gases por la actividad humana que, en mayor parte, se debe a la combustión de los materiales fósiles, pero influyen también la deforestación, la cría de ganado, el uso de fertilizantes con nitrógeno y los gases fluorados. Todo eso produce una subida de la temperatura media mundial, que se ha calculado en 1,1°C respecto a los niveles de la época preindustrial (1750). Actualmente, el ritmo de aumento del calentamiento global es de 0,2°C por década y continuando así en pocos años se llegará a una subida de 2 °C que, como ya se advirtió en las Conferencias de Tokyo y de París sobre el clima, implica graves efectos negativos y quizás irreversibles para el medio ambiente natural y la salud humana. De ahí que se ha empujado la búsqueda de energías renovables, alternativas al uso del petróleo, que se puedan generar a través de fuentes naturales y sin daños por el medio ambiente (energía solar, hidroeléctrica, eólica, etc.).

El tema del cambio climático parece hoy el más urgente, pero la sostenibilidad ambiental es una cuestión más amplia y compleja que abarca no solo la protección del medio ambiente, sino otros temas como la economía circular, la transparencia y trazabilidad de los productos, el consumo responsable, es decir, ético, ecológico y social. A este propósito cabe destacar la importancia del etiquetado de los productos para ayudar al consumidor a elegir entre un producto y otro en función de criterios diferentes del económicos, como el impacto en el ambiente o en la vida de las personas. Y es de suma importancia el comportamiento de todos, teniendo en cuenta que los hogares consuman el 29% de la energía global y contribuyen al 21% de las emisiones de CO2, con el objetivo de mejorar la eficiencia energética de los hogares y contribuir a reducir el consumo y, en consecuencia, el calentamiento global.

La atención a la sostenibilidad ambiental, además de evitar el agotamiento de recursos naturales limitados, asegura una mejor atención a la calidad de vida y un desarrollo económico y social más armónico y no solo cuantitativo.

Pero ¿cómo preservar esos recursos? La respuesta se puede encontrar en la innovación y digitalización, la responsabilidad social empresarial (RSE) y la introducción de modelos de negocios que incorporen la sostenibilidad en la actividad económica.

En particular la RSE, que puede definirse como la integración, por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y ambientales en sus operaciones empresariales y en las relaciones con sus interlocutores, es un compromiso voluntario con el desarrollo de la sociedad y la preservación del medio ambiente. Eso implica un comportamiento responsable hacia las personas y grupos sociales con quienes se interactúa teniendo por objetivo el mejoramiento social, económico y ambiental. Es, por lo tanto, una responsabilidad ética, que no conlleva ningún tipo de sanción en caso de incumplimiento. Sin embargo, la sensibilidad ambiental de la ciudadanía y de los mismos trabajadores actúa, con siempre mayor fuerza, como factor condicionante de las políticas de las empresas. Además, comparando los costes y los beneficios de la RSE resulta que es ventajoso, por ejemplo, cumplir con las normativas ambientales que indemnizar los daños de un desastre (como el del Golfo de México de 2010, que costó 4,5 mil millones de dólares a la BP), aparte los graves daños de imagen y de reputación.

En cualquier caso, actuando de manera voluntaria, es fundamental que existan principios o criterios que las empresas utilicen como guías. Por eso es necesario destacar la elaboración de textos que ayudan a la hora de asumir ese compromiso, como el Libro Verde de la Comisión Europea o los códigos de buenas prácticas.

En los últimos años, y más concretamente a raíz de la crisis financiera de 2008, la comunidad internacional ha valorado la importancia de una gestión transparente y adecuada de las empresas cotizadas. En ese sentido, el buen gobierno es la base para el funcionamiento de los mercados, ya que favorece la credibilidad, la estabilidad y contribuye a impulsar el crecimiento. Un ejemplo al respeto es el Código del buen gobierno aprobado por Acuerdo del Consejo de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), de 22 de mayo de 2006, cuya utilización es voluntaria pero con el principio de «cumplir o explicar», que es el sistema seguido tanto en los principales países de la UE como en otros países desarrollados. Destaca también la aprobación de la Directiva 94/2014/UE – Divulgación de información no financiera, que ha sido transpuesta en el ordenamiento español con el R.D.L. 18/2017 de 24 de noviembre y con la Ley 11/2018 de 28 de diciembre. Con dicha Directiva se obligan a las entidades públicas y a las sociedades de medianas y grandes dimensiones a incluir en los informes de gestión la información no financiera, como el impacto de su actividad en cuestiones medioambientales y sociales, respecto de los derechos humanos, de los convenio de la OIT, la lucha contra la corrupción y el soborno, la igualdad de género.

En este contexto, también otras instituciones nacionales, regionales o locales establecen recomendaciones a las compañías sobre RSE, así como iniciativas para fomentar las buenas prácticas financieras. En propósito, destaca la iniciativa del Instituto CFA que muy recientemente (marzo 2021) introdujo un certificado ESG en SRI (inversión socialmente responsable).

No obstante, todos estos estándares y modelos de gestión son voluntarios, debido al carácter fundamentalmente ético de la RSE. Para cambiar el paradigma es preciso introducir normas de obligatorio cumplimiento con específicas sanciones como con los delitos ambientales (como, por ej., la prohibición de producir vehículos diesel). Pero es un proceso a largo plazo.

En el inmediato, es de actualidad la pregunta: ¿Se puede medir el compromiso de sostenibilidad de las empresas?

Una referencia es el índice Dow Jones Sustaintability (DJSI), que cotiza diariamente y que analiza cada año a miles de compañías (en 2020 fueron 2470) según los factores ASG y teniendo en cuenta el gobierno corporativo, la gestión de crisis y riesgos, los códigos de conducta, el respeto al medio ambiente, ecoeficiencia, inversiones sostenibles, desarrollo de capital humano, filantropía, entre otros criterios. Los resultados de esa análisis se publican cada año en un informe (v. https://www.spglobal.com/esg/csa/djsi-csa-annual-review-2020) en el cual se indican, por cada uno de los 61 grupos de actividades industriales, los líderes. Esa inclusión en el ranking de DJSI está considerada por las empresas interesadas como una distinción y una etiqueta “green”.

Hay, sin embargo, otros índices de sostenibilidad como el FTSE4 Good, creado por la bolsa de Londres, que también incluye a las empresas que cumplan con requisitos de sostenibilidad ambiental y de defensa de los derechos humanos universales.

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